domingo, 19 de febrero de 2017

SER MAESTRO 


“La educación es el arte filosófico por excelencia”
Antonio Caso
Trabajar para los demás es la labor más loable y ennoblecedora del espíritu a la que se puede aspirar, más cuando esa tarea tiene como meta generar conocimiento en las demás personas. Quien trabaja para generar conocimiento es un verdadero amante de la sabiduría, un auténtico filósofo, porque sabe que sólo ella es capaz de transformar vidas y encauzar la historia. Amar el saber es amar también al prójimo. Es la capacidad de ver reflejada una labor personal en la riqueza humana heredada al otro; esa es la vocación que mueve al auténtico Maestro.
Recordar, por parte de la sociedad, la noble labor del Maestro no debe ser un ejercicio de reconocimiento sólo de un día, sino que tiene que ser una constante de aprecio hacia esas personas que han dedicado su vida, o parte de ella, a darse a los demás en un afán por enseñar y compartir el conocimiento con la única satisfacción de saber que su empeño ha logrado mover la conciencia de sus alumnos para construir una comunidad mejor.
Ser Maestro es ser un filósofo, esa persona que sabe descubrir cosas nuevas en la cotidianeidad, que hace de la experiencia una aliada para progresar, que descubre que la vida plena enseña tanto como los libros, que sabe ponerse en lugar del otro para no dejar que la soberbia domine su intelecto, porque el Maestro es consciente que no sabe más la persona que tiene más información sino aquélla quien comprende cómo emplearla para el progreso moral. El auténtico Maestro tiene siempre presente que la soberbia intelectual es la peor consejera. Un Maestro por eso es guía en las virtudes, garante de la sapiencia, testimonio de entrega y un comprometido con la historia.
Muchas personas erróneamente se auto designan como “Maestros”, cuando dicho título no lo otorga el nombre propio plasmado en una lista de asistencia o en una pizarra a la entrada del edificio escolar. Tampoco se es Maestro sólo por ostentar presuntuosamente grados académicos enfrente de un aula de estudiantes o por exhibir numerosas publicaciones muchas de las veces ilegibles para el lector. No, no es Maestro aquélla persona que simplemente se presenta al frente de un grupo de estudiantes y repite mecánicamente los conceptos contenidos en un libro o en unos apuntes sin darle él mismo su propia interpretación y enriquecerlos con su experiencia vital. Y nunca será Maestro aquélla persona que irresponsablemente acepta una cátedra sólo por el hecho de vincularse a una institución, lucrar con un puesto de docente y añadir una actividad más a su currículum profesional. Y jamás será un verdadero Maestro esa persona quien prefiere tomar las calles antes que trabajar las aulas, que recurre a la violencia y a la imposición de ideas sin entrar a un diálogo, que cobra un sueldo sin dedicar un minuto para educar a la infancia; esa gente denigra la verdadera vocación magisterial.
Ser Maestro, ante todo, es una responsabilidad, porque el verdadero Maestro es la persona quien sabe que su actividad debe ser una vocación de servicio, una labor de renuncias materiales, pero ante todo, una tarea de satisfacciones trascendentales.
En efecto, el verdadero Maestro tiene una vocación de servicio hacia sus alumnos, pues sabe que el conocimiento que con ellos comparta será la clave para que los estudiantes generen sus propias conclusiones e ideas que el día de mañana transformen para bien a la sociedad en la que vivimos, porque el Maestro tiene la capacidad de fomentar el diálogo reflexivo y de coordinar las opiniones que muevan a un país. Esa vocación exige una entrega desmedida en la capacitación continua por ser mejor docente, en el estudio constante de la materia que imparten y de todas aquéllas disciplinas que enriquecen su temario, en saber entender que el alumno es una persona que confía en su conocimiento por lo que debe ser capaz de ponerse en su lugar para transmitir mejor los conceptos. Al ser una vocación, dicha labor no debe tomarse a la ligera y pensarse que cualquiera puede ser un profesor, pues si no se está dispuesto a dejarse la vida en los libros, en las aulas y en el diálogo con los alumnos y con los demás Maestros, no se está en la capacidad de realizar la tarea docente. La vocación hacia la enseñanza es una virtud del espíritu que sólo quienes saben interpretarla con sutileza logran ejercitarla de manera conveniente.